lunes, 5 de noviembre de 2018
Mi pseudónimo y mi relato
Mi nombre es Lao Zapeya.
En nuestra lengua materna, el kurdo, "zapeya" significa "fatalidad". Nuestra historia, la de los kurdos, supura dolor y desgracia y destila miseria de la que nos es imposible despegarnos como consecuencia de nuestra fatalidad. Por esta razón, tomé este apellido y desde entonces estoy emparentado con la desdicha.
Debo confesar que siento que mi apellido quema mi piel y abrasa mis pensamientos. Como consecuencia de cargar con él, soy capaz de sentir en mis carnes la miseria de todos. La fatalidad se ha apoderado de mí, ya apenas como o duermo y no tengo conversaciones más allá de las que entablo conmigo mismo. He dejado de vivir para vivir en otros, en sus miserias e inmundicias.
Este apellido es la mayor fatalidad. Quizás por todo esto siempre me atrajeron los mundos desolados, desprovistos de cobijo y seguridad, las vidas aparentemente marcadas por un destino...
No obstante, acostumbrado a vivir entre la suciedad humana, soy capaz de crear orden y sentido a partir del caos y el sufrimiento más absoluto. Mis personajes son el reflejo de esta resistencia a la entropía espiritual, pues también son capaces de crear sus propios refugios, incluso, sobre la nada.
Tras esta explicación, entenderéis, por lo tanto, mi fascinación por el llamado ciberpunk y mi dedicación profesional a escribir relatos en esa línea.
La obra que tengo ahora entre manos refleja una realidad futura en la que la educación es el olvido. Las personas son enseñadas a olvidar y a distraerse de sí mismas y, en especial, del sufrimiento que nace de conocerse a uno mismo.
Desde su nacimiento, los padres adiestran a sus hijos en la técnica del olvido e, incluso, las nanas de los bebés se refieren a los peligros de recordar y, como una letanía, repiten la misma cantinela ("olvida, olvida, olvida..."). Pero, en realidad, esta incapacidad de recordar ha conducido a la incapacidad de generar historias y vínculos con los objetos y las personas.
Sin historia ni narración, las personas se han vuelto incapaces de valorar, de vincularse y comprometerse, y, peor todavía, de amarse a sí mismos y a otros. Las personas deciden no echar raíces en ningún lugar ni en ninguna persona. El motor principal de la sociedad y la razón de ser de la gran mayoría es el placer, que produce una entelequia que no tarda mucho en extinguirse, y el cuerpo humano no es más que un medio por el que alcanzar estas sensaciones, cada vez más adrenalínicas y menos satisfactorias, que acaban por dejar el recuerdo de la nada. Por esta razón, la principal empresa de la sociedad, cuyo logotipo es un cáliz, se dedica a la producción de entretenimiento y placer.
Pero, un personaje innominado, familiarizado con la nada por motivos diferentes, decide huir de todo, recordar y cambiar el rumbo de su vida.
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